viernes, 31 de octubre de 2008

El Arcón del Arkano. El Duelo.

Desempolvando el arcón encuentro el que probablemente fue mi primer relato corto con conciencia de ser. Fue escrito hacia 1997 cuando aún no tenía terminado el primer volumen de Flor de Jade en cuyo mundo está inspirado. Reciclaría el personaje de Ahhrd el Balkarita, que aparece en el tercer volumen de esta saga como pequeño homenaje a este relato, totalmente inédito y al que me une, es obvio, un recuerdo especial. Ahora es vuestro.



El Duelo...


-...o breve relato no oficial de cómo cruzaron caminos el poderoso Ahhard de Valqk’Ar e Imân Nassir que llamaron Marawÿ-


Los soles gemelos herían la tierra desde el punto más alto de la bóveda celeste, lanzando sus pesados rayos hirvientes sobre la asolada arena de aquel escenario de torneos, ahora ruinoso y decadente. En el centro del círculo, pisando el suelo donde antaño hombres y bestias lucharon por su vida ante un público ávido de sangre y acero; allí donde el abrasador beso de los soles era más intenso y cruel, una figura, que acaso vista desde las últimas piedras de las desmoronadas gradas, semejaba el espíritu de algún gladiador caído en una justa, se erguía desafiando al tórrido clima como si aquél fuese un adversario a quien poder doblegar.
Se encontraba impávida, con su arma en ristre, soportando con entereza la ardiente atmósfera sobre sus espaldas. Era un hombre corpulento, desnudo de torso... Aguardaba quieto, mirando fijamente el hueco oscuro y semidestrozado del portón que una vez sostuvo el rastrillo por el que penetraban en la arena las bestias. El grueso dintel de pesada roca, ya a medio caer, guardaba aún restos de la epigrafía que anunciaba, tallada en la piedra, un desafío a los combatientes, y advertía que fuera quien fuera -o lo que quiera que fuese- aquello que vomitara desde las tenebrosas profundidades que celaba, estaría dispuesto a vender muy cara su piel... o si fuese el caso, sus escamas.
La arena emanaba un vapor transparente y flotante a causa del incesante baño de sol a los pies del guerrero... tras esa calina, cualquier cosa mirada al través de su velo turbio y ondulante cobraba un movimiento tembloroso que cargaba la vista e incluso producía dolor de cabeza... aunque, expuesto como estaba a la furia de los soles, Ahhard supuso que su cefalea tenía más razones de ser que la lista de pretendientes de una joven y rica cortesana.
¡Estaba empezando a retrasarse...! Por un instante la idea de que trataran de inquietarlo con la espera cruzó su dolorida frente a velocidad vertiginosa, pero; aún no se había desvanecido su estela cuando, con la misma fugacidad, le estalló una sonrisa en los labios. Por otra parte, pensó entonces, quizá fuese lo más sensato... Aquél desgraciado habría reflexionado sobre su osadía y tal vez decidiese darse otra oportunidad de seguir viviendo... Sí, quizá fuese lo más lógico.


....Los goznes chirriaron levemente cuando la puerta de la taberna se abrió permitiendo que una lanza de luz exterior atravesase con furia las tinieblas de la sala, trazando un arco considerable y descubriendo varios metros del piso de piedra que servía de suelo. La incompleta sombra de un guerrero se confundió con el resto de la oscuridad de la bulliciosa estancia, perfilando unas recias piernas y un torso fornido sobre el marco luminoso dibujado sobre las losas de la entrada. El recinto estaba poco alumbrado, un solo ventanal permitía el paso de los rayos solares al ensombrecido lugar, incidiendo con violencia, ganándole un minúsculo terreno a la negrura que habitaba atrapada entre las paredes del local. Aquella escasa luz resultaba insuficiente para adivinar, según se entraba cegado del exterior, las formas, perfiles y siluetas del mobiliario y los ocupantes que en él se acomodaban La estancia tal vez fuese tenebrosa, pero a ojos del recién llegado se ensombreció aún más a causa de la luminosidad de aquella mañana estival... sin embargo, poco tardó el oído y el olfato en revelarle aquello a lo que el ojo no alcanzaba... Una atmósfera pesada y densa acompañaba la escasez de luz, sazonada con un caótico tumulto de voces, conversaciones y risas... un murmullo constante y zumbón, tan solo roto por una música de cuerda alegre y machacona que se abría a paso con esfuerzo por entre la multitud de sonidos que habitaban entre las cuatro paredes de la taberna.... Un vapor a vino barato y otros licores blancos se mezclaba con poco acierto con el penetrante olor al salitre y el pescado en salazón proveniente del puerto.

Mientras Ahhard se acercaba a la barra, con paso lento y pesado, prácticamente nadie desvió la atención para contemplarle, sin embargo, él, caminaba aguerrido, imaginando que al menos buena parte de las miradas se habrían concentrado en su llegada y ahora mismo se debatirían entre los que ya le habían reconocido y los fascinados por su físico.
Ahhard era un Balkarita, de la antigua Valqk’Ar, ahora Balkarí; región que se halla al naciente sol de Alwebränn, allá en las septentrionales latitudes del Ycter donde el hielo hace recios a los hombres y los hombres combaten contra el hielo... No, Ahhard no podía esconder los rasgos que lo delataban como tal... su considerable estatura, su desarrollada musculación, y en especial, aquél mentón cuadrado y prominente, aquellos ojos pequeños de clarísimas pupilas y ese cabello ceniza de escasos centímetros de longitud, el cual acentuaba la dureza de sus facciones y la rigidez de su expresión.

-Licor de Piedra- demandó el Balkarita cuando el posadero se acercó al lugar de la barra en el que había dejado caer cansino su robusto cuerpo. Aquél, que poco o nada había oído hablar del fortísimo licor enano, mostró su desconocimiento en una mueca de estupor. El recienllegado que pronto comprendió quedaría sin degustar una de sus bebidas favoritas, rebuscó en su memoria y pidió su segunda opción.
-Cerveza de Hierro, pues.- solicitó, haciendo mención de otro caldo enano; Éste, de metálico color, centelleante capa espumosa y gélido tacto. .. sin embargo, volvió a escuchar una negativa por parte del posadero.
-¿Cerveza Roja?- preguntó ésta vez, ya con los primeros síntomas de enojo invadiendo su rostro. Al oír el nombre del que tal vez pudiera ser la más famosa de las bebidas enanas gracias a su afamado color y su particularmente curioso sabor picante, el tabernero sonrió forzadamente.
-Ninguna bebida enana, forastero- anunció sin perder su mueca artificial.
-¡Qué me abran la tripa! Y tienes la osadía de llamar a este antro una taberna- farfulló volviendo el rostro, lo suficientemente alto como para que pudiera escucharlo una buena porción de la clientela. -¡Sírve tu mejor licor, viejo; lléname una jarra enana del mejor brebaje de ésta comarca!



.....El sudor caía en torrentes, despeñándose en gruesas hileras por su frente. Tenía las cejas y pestañas cuajadas de humedad; así como los pliegues de sus labios, llegando derramarse en gruesas gotas que mojaban durante unos segundos la árida tierra que pisaba. Todo su cuerpo rezumaba el acre olor y comenzaba a enrojecerse... Sus ojos recorrieron el graderío donde losas y huecos se alternaban en una sinfonía altisonante de proyectadas sombras para así poder traer al mudo escenario, caído, ruinoso y sobrecogedor el ondear de estandartes que antaño engalanaron estos muros al viento.
Entonces, intentando imaginarlo en sus días de gloria, pretendiendo transportarse a aquella mítica época comenzó a escuchar el metálico son de las trompetas que rugen una arenga y a miles de gargantas bramando al unísono, como la tormenta tras el rayo, cuando la mano vencedora alza el acero antes de descargar el golpe fatal sobre el caído. Aquel lugar, aunque muerto, continuaba despidiendo ese aroma amargo-dulzón de la sangre, la gloria y la muerte... y, tal vez, aunque de aquellos espectadores que un día ocuparon las desbastadas gradas que se levantan en torno al círculo de arena, de aquellos estandartes y de aquellos sones de Gladias y combates, sólo quede un vago recuerdo en la vasta memoria del Pasado, esas piedras parecían querer hablar por sí mismas a quien quiera que osara penetrar en sus dominios.
Hacía tanta calor... la madera que enmangaba la pesada hoja del hacha se escurría de entre los dedos de Ahhard como si estuviese lubricada.
-No vendrá- Se decía para sí -No, maldito bastardo, no vendrá...



.....Su boca se llenó del amargo y espumoso caldo que rebosaba por los bordes de la enorme jara que había pedido, pero tan pronto alcanzó su garganta fue escupido, obligado a salir espurreado de sus labios en un gesto de evidente desagrado.
-¡¡Por todos los Dioses!!- bramó, dirigiéndose colérico al posadero que aguardaba pasmado tras la barra. -¡¿Qué clase de bazofia servís por aquí?! ¿Es que acaso te he pagado para envenenare?
-¡Es nuestra mejor cerveza, señor!- explicó asustado y absorto el posadero- Es la bebida favorita de la región-.
-¡¿Esto?!- exclamó con fuerza el guerrero Balkarita agrupando para sí buena parte de la clientela que dejó su hacer rutinario para volverse y observar las imprecaciones del albo y musculoso humano.
-¡Diablos, no me hagas creer que la gente bebe esto. El estiércol de mi caballo sabe mejor!
-Pues ve a los establos y echa un trago, forastero.




.....“Tal vez debería haberme callado”- Pensó, volviendo a pasarse la mano sobre su empapada frente... Maldijo su orgullo y continuó esperando bajo los soles...-”La próxima vez me batiré de madrugada.”


.....Las pupilas de hielo del balkarita se tornaron hacia el lugar del que provino la voz, descubriendo a un hombre inmenso, bofo, de largos cabellos negros y una barba montaraz que se sentaba a unos metros de él en la barra. El silencio cayó como un jarro de agua fría; poco a poco, los últimos sonidos y ecos de los dados que correteaban por las mesas o los residuos de las palabras finales de alguna conversación se fueron disipando ante la expectación que suponía el inicio de una eventual pelea.
-Tranquilo Ursus, el forastero no pretendía insultar- corrió presto a decir el posadero temiendo que aquello llegara a más
-No le hagas caso, Ursus- añadió Ahhard sin desclavar sus pupilas de los ojos del tipo –Tenía toda la intención de ofender.
-Por tu propia salud espero que pidas perdón a esta gente.
Ahhard abandonó su asiento y se acercó unos pasos más hacia su adversario... el ambiente en el resto de la sala comenzó a ponerse tenso. La mayoría eran hombres de mar; tipos duros y curtidos por la sal y la espuma... Ante la descarada injuria del extranjero no tardaron los más pendencieros en levantarse y comenzar a aproximarse hacia el lugar de la disputa; aunque el aspecto temible del recienllegado les hiciera extremar las precauciones y apoyarse en el número. El balkarita llegó a la altura de Ursus sin que aquél pareciese inmutarse con ello que incluso se tomo la temeridad de mandar calma con un gesto a sus eventuales aliados.
-¿Sabes quién soy?- preguntó el albino provocador. Aquél dio un largo sorbo a su jarra antes de contestarle.
-¿Necesito saberlo?
El guerrero desvió la mirada del obeso oponente con aire de desprecio.
-¿Qué puedo esperar de alguien que bebe esta clase de cerveza?-
Ursus agarró al balkarita de sus colgantes y éste se deshizo de él; y así ambos se enzarzaron en un momentáneo ir y venir de agarrones y brusquedades sin escuchar las súplicas del temeroso posadero. Los marineros parecían no terminar de decidirse cuándo entrar en acción
-¡Vamos, forastero, salgamos fuera!- apremió Ursus cuando, entre forcejeos, ninguno de los dos consiguió reducir al otro -No vamos a destrozarle el local al pobre Oraz.
-Amigo, puedo aplastarte sin necesidad de tocar una mesa- Aseguró Ahhard sin vacilar.
-Me gustaría verlo-
Casi no había concluido la última palabra cuando, lo que el enorme Ursus pensó era una presa formidable, se le escapó de entre los dedos como el viscoso cuerpo de un pez. Antes de que pudiese reaccionar, el balkarita se había liberado y, agarrando una jarra enorme de cerámica, la estrelló contra el rostro del incauto, convirtiéndola en trizas sobre su cara. El pesado cuerpo de Ursus se desplomó a sus pies ante el asombro general. Ahhard le aferró de sus cabellos mostrando su cara sangrante e inconsciente al público mientras se dirigía a ellos.
-Mi nombre es Ahhard de Balkarí- Al pronunciar aquel nombre hubo un revuelo sonado entre las mesas, y un comentario se extendió de boca en boca... – Me llaman ”El Invicto”, y declaro que vuestra cerveza apesta, tanto o más que los aprendices a héroes como el amigo Ursus- añadió agitando su cabeza desde los aferrados cabellos.
-¡¡El gladiador, el gladiador!!- se decían unos a otros; en efecto: Ahhard “El Invicto” gladiador de las mejores arenas, temido y respetado; de quien dicen ningún hombre ha logrado batirlo en una justa y de quien auguran, ningún hombre lo hará.
-Si alguno de vosotros quiere probar su valía conmigo; adelante, le estoy lanzando un desafío.



.....Ahhard respiró hondo llevando hasta sus pulmones una bocanada de aire abrasador que le quemaba por dentro...
-Está claro que no va a venir- sentenció, harto de tostarse al sol -Es de estúpidos seguir aquí.-
Con éstas, se giró y comenzó a caminar hacia la primera puerta que lo sacase de la majestuosa arena del anfiteatro y justo llegaba a ella cuando el sonido de una piedra que corretea y se precipita por entre las gradas, levantando ecos, lo llevó instintivamente a girarse en redondo, arma en puño, para descubrir quién o qué alteraba la calurosa quietud y el sepulcral silencio de aquellas reliquias...
Sus ojos atravesaron la maltrecha arquitectura en busca de la sombra delatora sin que nada perturbara el reposo de sus grandes bloques de piedra, de sus arcos o de sus eternos recuerdos de otros tiempos... pero allá, mezclada entre las sombras, la calina y el polvo, los gélidos ojos del guerrero apreciaron débilmente la vaga silueta de una figura arropada en el abrazo oscuro de los accesos a las gradas.
-¡¡Es él!!- exclamó para sus adentros- ¡¡Ha venido!!




El desafío del famoso Balkarita había quedado suspendido en la atemorizada y silenciosa atmósfera de la taberna sin que nadie apartase la vista del fornido gladiador, quien todavía sujetaba el pesado cuerpo de Ursus por los cabellos, sin que ninguna garganta tuviera el suficiente coraje o careciese del juicio necesario para aceptar su reto. De pronto, una de las mesas del fondo produjo un chirriante sonido al deslizarse sobre el suelo de piedra; aquello, por instinto hizo que las pupilas del guerrero se tornaran en su dirección. Una figura ataviada con amplias ropas oscuras de anchos pliegues que no dejaban perfilar su cuerpo, y cubierto el rostro con un embozo propio de los hombres del desierto, y que a duras penas mostraba unos ensombrecidos ojos, abandonó su asiento. Su indumentaria era inequívocamente la de un Marawy de la tribu Ubbek nómada de las arenas, tan habituales por estos lares de áridas tierras, aunque algo le decía por su forma de caminar que tal vez sólo fuesen sus ropas... quizás un ladrón... quizás un gato... A su lado parecía un niño; muy inferior en estatura, en complexión... fuera quien fuese el que se ocultaba bajo aquellos ropajes no debía inquietarle... y no le inquietaba.
La figura se detuvo unos segundos ante él, y durante este breve espacio de tiempo sus semiocultos ojos se clavaron en el rostro hierático del gladiador. Sin duda fueron aquellos ojos; sin duda, tenían algo extraño... no parecían los de un hombre. Sin embargo, pasó de largo y se dirigió hasta la barra; Allí dejó una Dama de oro y un trozo de apergaminado papel... luego, con una calma y serenidad pasmosa, abandonó el local.
-La nota es suya, señor- anunció entre balbuceos el posadero, una vez el misterioso personaje se hubo marchado. Los encallados dedos del luchador agarraron el rugoso papel. Una elaborada caligrafía de bello y ornamentado trazo manchaba amarillento papiro. Aquello desconcertó por completo al gladiador... Acabó leyéndolo con dificultad, apenas si sabía y la floreada rúbrica no le facilitó las cosas. Decía:

Acepto el Duelo, Ahhard el Invicto... Cuando los soles se encumbren en el cielo en las viejas ruinas del Circo. Apuesto que conoces el lugar. No faltes o tu Honor podría estar en entredicho...



....Las pupilas del balkarita, recordando aquel mensaje de insólita caligrafía, se alzaron al cielo... los soles se cernían sobre él como aves de presa. ¿Un pastor de las arenas con tan delicada grafía?... Aquí no se habían dicho las últimas palabras.
-¡¡Llegas tarde!!- gritó a la difuminada silueta, pero aquella no le contestó, se limitó a internarse en los pasillos que atravesaban la construcción para, momentos después, surgir bajo el desmoronado dintel del portón de las bestias, frente a su adversario, caminando con decisión hasta el centro del recinto.
-Pobre loco, espero que sepa lo que hace- se dijo Ahhard contemplando la figura que se aproximaba a él y que, en apariencia, tanta desventaja tenía contra un guerrero de su calibre. En todos estos años ningún hombre, de todas las razas o castas del Continente había conseguido doblegarlo... algunos ciertamente temibles, con un historial en combate que dejarían a un Mariscal Imperial a la altura de un párvulo.
Ambos combatientes se encontraron en mitad del cerco de arena de impresionantes dimensiones, y allí se estudiaron en silencio el uno al otro.
-Ésta es mi arma- indicó Ahhard mostrando su hacha de combate de doble hoja, la cual bastaba una mirada para asegurar que harían falta varios hombres como el nómada para lograr blandirla. -¡Muéstrame tu acero!
De los pliegues de sus ropas, sin articular palabra el extraño hombre del desierto extrajo una daga curva de amplia hoja y labrada empuñadura
-¿Estás seguro que quieres enfrentarte a mi “Depravada” con eso?- insinuó tanteando el peso de su arma. Como respuesta su adversario adoptó una posición de ataque. -Basta de charlatanería ¿No es cierto?, Adelante- le conminó con un gesto de su mano. -Enséñame qué sabes hacer.-
Aquél, en un rápido movimiento se acercó a él y le golpeó con la pierna en un costado; el golpe fue duro, pero rebotó inofensivamente en el férreo cuerpo del experimentado gladiador... Éste, con el pomo de su imponente arma batió el rostro encapuchado del nómada, enviando sobre la candente arena como si fuese de goma.
-Vaya, va a ser más fácil de lo que esperaba; imaginé que después de tanta espera me ofrecerías algo mejor. Confieso que estoy decepcionado.- El mortal y pesado acero de doble hoja se alzó en el aire con intención de hender la carne y partirlo en dos; No obstante, sólo pudo morder el ardiente polvo del legendario lugar, ¡La figura ya no estaba! ¡Ni siquiera la había visto levantarse...

Torció el cuello esperando encontrarlo. En efecto, allí estaba, y como si por un momento le dotasen de alas, se despegó del suelo en un terrible salto e impactó con la bola del tacón en su desprotegida mandíbula. Esta vez su rostro se torció y un ahogado gemido despertó en su garganta; las lágrimas brotaron a sus ojos y todo su peso se vino abajo cuando una rodilla se le hundió en la tierra. Un pensamiento cruzó su cabeza recordando las lecciones en la escuela de gladiadores en su Balkarí natal, con seguridad la mejor cantera de esta estirpe de guerreros... “Jamás vendáis la piel del oso antes de cazarlo” Su mano palpó su boca ensangrentada, aún con la rodilla en tierra, y el fluido vital quedó pegado a sus dedos de forma que pudo contemplar el tono ígneo de la sangre mientras su boca se inundaba del sabor salitre que desprende. Un sentimiento de cólera invadió su cuerpo.
El nómada lanzó una patada a su postrado adversario, pero aquél detuvo el golpe aferrando con aquella manaza el tobillo, como si el ataque lo hubiera propinado un chiquillo travieso; de un brusco tirón hizo que su enemigo perdiese el equilibrio y colisionase de espaldas al suelo en una dura caída. ¡El combate había comenzado! Y con seguridad exigiría entregarse a un porcentaje mayor al que en un principio suponía. Aferrando su hacha se aprestó a la lucha.

Así, desde las desgastadas filas de asientos, mirando desde la grada más alzada pudiera decirse que, en aquél escenario olvidado y ruinoso, que tantas veces contempló, en singular combate, a dos hombres batir sus aceros, se hubiesen citado, quizá, dos almas que en un tiempo, ante la mirada de miles de espectadores, ya se hubieran encontrado sobre esta misma arena y bajo la furia de los mismos soles; para saldar una cuenta que, tal vez, quedara pendiente desde aquellos días inmemoriales.
El combate fue duro y se alargaba mucho más de lo que Ahhard habría apostado. Si bien el mortal filo del hacha había llegado a rasgar los vestidos de su oponente sin causar el daño que habitualmente provocaba en sus víctimas, él también había sufrido el roce de la hoja del cuchillo de su adversario, abriendo su desnuda piel y haciéndole brotar la sangre... El cansancio se apoderaba de los músculos y los soles herían como lanzas y hacían sangrar con más virulencia que los aceros, el sudor mojaba los cuerpos y la vista empezaba a nublarse...
La espalda del nómada impactó contra una pared y allí su cuerpo pareció ceder a las embestidas furiosas del oso de Alwebränn quedando inerte, sucumbido, a merced del acero de su adversario. Ahhard jadeaba como un perro exhausto mientras contemplaba el cuerpo yacente del extraño combatiente.
-Ha sido un combate duro...- afirmó entre jadeos y respiraciones. -Pero ningún hombre ha visto mi espalda contra la arena. Si estas piedras pudieran hablar tal vez ahora mismo rugirían alzando el pulgar, pidiendo mi clemencia... Yo mismo podría asegurarte que has sido un oponente de categoría... Pero están vacías... nadie contempla una pelea desde sus asientos en muchos siglos; así que yo mismo dictaré la sentencia... y me temo que no voy a ser tan benevolente-
Esto dicho, alzó su formidable hacha y trazó un amplio círculo, imprimiéndole una velocidad de letalidad incalculable a la descarga; pero... volvió a encontrar la roca como víctima.
La daga bailó entre los dedos del encapuchado como una serpiente, y su cuerpo recuperó, como dotado del Don de los Dioses, la agilidad y el movimiento... Deslizándose, como un suspiro que exhalan los labios, cruzó un flanco y proyectó la afiladísima hoja de su daga hacia las corvas de las piernas del coloso; donde cortó carne, músculos y tendones, y la sangre manó en ríos.
Un alarido de dolor quebró la garganta del gigante ártico, bastando un empujón para que su espalda besase por primera vez la arena. Sus ojos azules como el mar divisaron el cielo raso y los soles gemelos presidiendo el combate... entonces supo lo que era sentirse en la piel del vencido. El acero que cortase la carne de su pierna amenazaba, todavía sangrante, su cuello; a un paso de rasgar el velo translúcido que separa la vida de la muerte. Tantas victorias, tantos torneos, y habría de ser vencido ante un graderío antiguo y desierto.
-¡Acaba, maldito sea tu nacimiento, seas quien seas! ¡Vence al “Invicto”; a quien ningún hombre había doblegado! No retrases mi encuentro con los Dioses.
El encapuchado sostuvo el curvado filo de su cuchillo en la garganta del gladiador durante un instante, momentos, quizás, los últimos en la vida del laureado guerrero... pero... incomprensiblemente, liberó su presa y le perdonó la vida. Ahhard abrió los ojos en un instante en el que, momentos atrás, ya se veía camino del Gran Banquete en la mesa de los Ancestros; y contempló a su vencedor, erguido, victorioso ante él.
-No, tal vez los Dioses no quieran verte morir hoy...- dijo aquél.
¡¡Su voz, esa voz!! ¡¡No era... no... es la de un... !!
-Quizá quieran verte pelear al menos una gladia más... Eres un gran guerrero pero tu arrogancia te ha vencido... ¡Levanta Ahhard de Balkarí “El Invicto”!, pues tu trono sigue sin usurpar. Ningún hombre te ha vencido y probablemente ninguno lo haga mientras vivas...-
Las manos, antes enguantadas del extraño nómada se desprendieron del turbante y la máscara de su rostro. Un torrente de oro se despeñó desde su frente tras los hombros, bañando la espalda y cubriendo los senos... un cabello dorado y luminoso junto con unos ojos, esos ojos que ahora sí podían apreciarse a la brillante luz del sol. Una piel blanca, un rostro hermoso. Ahhard abrió los ojos ante el descubrimiento.
-...Quien te ha vencido, hijo de las nieves, quien ha puesto el acero en tu garganta y te ha hecho besar la arena... se llama Imân Nassir y es... una mujer.

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