martes, 28 de octubre de 2008

El Arcón del Arkano. Amanda Trémula.

Abriremos el arcón con un relato titulado Amanda trémula Et Aeterna ultor Ánima. Corresponde al nº 8 de la serie titulada Los Rolatos de Crom que fue publicado y distribuido por toda España en 2002 por la Editorial QuepuntoEs. Dicha editorial abrío un concurso en su web destinada a recibir un relato sobre el cual se diseñase un módulo de Rol, éste en concreto para el Juego de Rol Aquelarre. Escribí el relato y particié en coautoría con Rafaél Barranco en el diseño del módulo inspirado en él, que omito en este caso. Presentamos el relato a concurso y fue uno de los seleccionados y finalmente publicado. Espero que lo disfrutéis.



Amanda Trémula
Et Aeterna Ultor Ánima


Rolato para Aquelarre,

Juego de Rol demoníaco-Medieval.

por : J.Vilches.



...Y Dios Volvió la Mirada. Prólogo.


Amanda corría todo lo que sus piernas eran capaces de dar de sí. Sus lívidos pies descalzos sangraban por las heridas abiertas contra los afilados guijarros del bosque; Su vestido, si acaso así pudiéremos llamar a aquellas rancias telas enjironadas, cuajadas de sangre y mugre, se deshacía en los bajos más allá de sus rodillas. Aquellas piernas blancas se cosían a arañazos, el pecho le ardía como si el aire que le daba la vida fuese polvo de fuego que le abrasase por dentro y el corazón martilleaba frenético dentro de su jaula. Estaba exhausta, pero no viviría mucho tiempo más si rendía ahora sus fuerzas. Los ladridos de aquellos perros carniceros estaban muy cerca, y junto a sus aullidos, podía escuchar las voces de los soldados de Don Calixto. Sus pisadas graves y sordas hacían temblar aquel bosque lúgubre como cadáver, aquella guarida de meigas cargada de oscuras leyendas que no parecían arredrar a aquellas bestias que la perseguían, ni a los fieros canes que traían consigo.

Quiso morir allí mismo, privar a sus verdugos del placer que encontrarían en sus carnes.

Amanda era la prostituta de O Santo y ahora acusada por el Señor de aquel feudo perdido de la mirada de Dios... El trato que recibiría de sus captores sería cruento y largo, por eso no podía concederse la menor tregua aunque sus piernas y su aliento así lo suplicasen... La visión se le nublaba ante el esfuerzo sobrehumano; aquellos perros bien adiestrados seguían tras ella ganando terreno a cada zancada, olisqueando y gruñendo como fieras expulsadas del infierno. Amanda se encomendaba a Dios en susurros apenas inteligibles mientras corría desesperada ignorando el dolor; incluso lo haría al Demonio, si él le escuchaba primero; a éstas alturas ya nada tenía valor para una vida inhóspita a punto de ser arrebatada.


No lo vio, apenas supo qué le golpeaba en la cara hasta ensangrentarle los dientes y precipitarla al suelo, en cuyo abrazo se consumieron los escasos hálitos que le restaban. Surgió de la espesura, como la Muerte, a traición.

Amanda era joven y hermosa, aquella hermosura que añoran las ricasdamas y que Dios parece conceder a una villana sólo para procurarle infortunio; aquella misma belleza y juventud que habían prendado a Don Calixto hasta hacerlo enloquecer por la doncella y convertirla en su amante.

-¡¡Perra!! ¡¡Bruja!!.- dijo una voz preñada de odio. Ella, en el suelo, conmocionada por la terrible sacudida no podía ver quién la insultaba pero apenas tuvo duda de su identidad. Ya estaban allí... que Dios se apiade de su alma y le dé fuerzas para superara este amargo tránsito.

Una violenta patada casi la incorpora de nuevo y un dolor lacerante en el costado le advirtió de alguna costilla fracturada tras el duro lance

-¡No volverás a comerte a nuestros hijos, Adoradora de Satán!-


Luego llegaron los perros. La primera dentellada mordió su pierna y de su garganta se elevó un grito que apenas hacía justicia a aquel dolor inhumano... la segunda y la tercera ya apenas las sintió. Entonces escuchó sus risas... aquella diversión insana que algunos encuentran ante el sufrimiento ajeno. En aquel delirio entre narcótico y letal producido por el dolor y la extenuación, sumadas las risas, los gruñidos y las voces, notó cómo un centenar de manos la agarraban y destrozaban sus ropas... Escuchó sus insultos, sintió sus golpes, probó su sangre...

Tenía los ojos cerrados... no podía abrirlos, pero de haber podido hacerlo tampoco hubiese dado aquel privilegio a sus verdugos... mirarles aquellos rostros sórdidos y obscenos sólo agravaría aquel martirio indigno... incluso ahora, la hoguera se le presentaba como una muerte piadosa.

Una bandada de cuervos negros emprendió el vuelo desde las copas de los árboles más próximos con los primeros gritos, como si huyeran de tanto horror... En aquel espectral bosque, donde la vida se volvía un milagro, todas las criaturas guardaron silencio... sólo los lobos aullaron en un fantasmal Requiem de difuntos, allá en sus lomas; en un canto que anticipaba su entrada al Infierno.



-No se mueve; Está muerta.- dijo al fin, después del suplicio uno de aquellos guardias ante el cuerpo exánime de la joven. Poco a poco la locura de hacía unos instantes dio paso a un amargo silencio.- Volvamos al castillo y digamos a Don Calixto que el trabajo está hecho.

-Se alegrará de saber que la bruja no volverá a campar por estos lares.- masculló otro con regocijo. Y entre bravatas y risas abandonaron aquel jirón desnudo y ensangrentado que era la muchacha, esperando que las bestias del bosque acabaran lo que ellos habían empezado.


El bosque continuaba en aquel silencio hosco, reprimido; había enmudecido de repente, sabedor de lo allí ocurrido. También él parecía contener el aliento...

Pero Amanda no estaba muerta... un hálito de vida asomó a aquel pecho destrozado en forma de compulsiva tos... Como pudo, logró volverse y arrastrarse con las mínimas fuerzas que aún atesoraba en aquel cuerpo dolorido. La vida se le escapaba entre las piernas y por las múltiples heridas y fracturas recibidas en el tormento. Dejaba un extenso caudal carmín, como la estela que colocan a los pies de las grandes dignidades en los protocolos elegantes; un rastro que señalaba su agónico avanzar por entre aquel bosque cadavérico, escenario de la carnicería. Clavando sus uñas en el tronco de un árbol consiguió erguirse sobre sus piernas bañadas en púrpura y tuvo el coraje suficiente de conseguir sostenerse sobre ellas. Continuó avanzando sin saber dónde la conducían aquellos pasos inciertos... Movida por el deseo de alejarse todo cuanto fuese posible de aquel lugar maldito... casi por inercia... y avanzó al través del bosque lo que le parecieron siglos.

Al fin sus fuerzas no pudieron dar más de sí y sus rodillas flaquearon. Cayó sobre la tierra húmeda con brazos y piernas. El silencio continuaba reinando en aquel bosque de interminables brumas; sin embargo....

Había llegado a un claro en el profundo corazón de aquella sombría arboleda. En su centro había un altar de piedra gris labrada, comido de hiedras y musgo... tras él, un enorme árbol muerto, apenas un tronco vetusto y repleto de nudos, como si estuviese en aquel lugar desde el mismo día de la Creación... sin hojas, apenas tampoco sin ramas... pero en su nublada visión todo aquello acaso no era sino manchas sin forma ante sus ojos. Avanzó casi a tientas, arrastrando su blanquísimo cuerpo sembrado de heridas y se dejó caer a medio morir sobre la fría losa de piedra, como si hubiera bien de servirle de morada a su último suspiro, y luego, por qué no, también de lápida donde señalar su tumba. Su sangre, abundantemente despeñada, dio de beber a aquel musgo sediento y a aquella hiedra enflaquecida y logró al fin traspasar la muralla vegetal y tocar la labra en la piedra, llenando sus muescas de aquel fluido espeso y salobre que poco a poco le arrancaba la vida...


Un olor a flores silvestres y a madera perfumada la sacó de los trances de la muerte. Ignoraba cuánto tiempo había permanecido privada de consciencia sobre la losa gris... pero aún rescató energía para abrir los ojos ante unos ecos sordos, como pisadas gigantes que se aproximaban abriéndose paso entre los árboles sin voz del bosque... Entonces, la visión que presenció la hizo creer que ya cruzado las puertas del Abismo.

Era una figura colosal, vestida de pieles, quizá como un trampero pero cuatro o cinco veces la estatura de un hombre, se sentaba en aquel vástago de madera milenaria, que ahora cobraba los perfiles de un ornamentado sitial, donde ramaje, vetas y nudos hacían las veces de escabel, brazos y lienzo... Sus piernas eran cada una del grosor de un roble centenario y su torso, como el del gigante Filisteo a quien David mató para gloria de Israel, como cuentan las Escrituras... Tenía un rostro grave, barbado y si se hubiese ataviado de blancas vestiduras hubiere pasado por el Padre Eterno en su sede Celestial... pero no lo era... ni aún podía intuir que fuese real.

El pánico la hizo echarse hacia atrás pero la gravedad de sus heridas la devolvieron enseguida al suelo. Movía las manos ante sí como si con aquel esforzado gesto el coloso desapareciese de su vista con la misma quietud con la que había llegado.


-¿Eres tú mi cordero?- atronó la voz del gigante con un reverberar tan hondo que hizo levantar al vuelo a todas las aves del bosque y esconder en sus guaridas al resto de los habitantes. -Tuya es la sangre del sacrificio... Tuya es la vida que me a traído hasta aquí. Yo soy Barbatos Ex Conde del Valle de la Soledad... y este lugar es sagrado para mí. ¿Qué quieres, Amanda...? ¿Qué has venido a pedirme, Carne Mortal?


Ella no logró retener por más tiempo un llanto amargo y terrible que apenas pudo ahogar tanto sufrimiento... Quizás el miedo... quizás la impotencia... quizás sólo el dolor... Tragándose la rabia, con los ojos henchidos en lágrimas y el cuerpo bañado en su sangre se dirigió decidida hacia la aparición que ya no parecía intimidarla, como si poco más hubiera de perder ante ella..

-¡Mira lo que me han hecho!- le mostró retirando sus ígneos cabellos ensangrentados del rostro para que aquella visión pudiera ver sin reparos las marcas de la violencia.- ¿Puede esto hacerse con un semejante? ¿Merece alguien tamaño castigo por algo que no ha hecho?

-Quizá quieras... ¿La Venganza?- dijo aquella voz serena y poderosa como el trueno que hizo temblar los pilares de la Tierra.

-Quiero... Justicia.- suplicó ella- Que cada cual pene por sus propios pecados. Que quienes me han hecho esto no encuentren descanso jamás... y quien lo ordenó arda en los Infiernos por sus propios crímenes.

-Yo... podría darte ambas cosas...- confesó la voz de caverna.- ¿Qué me darías a cambio tú?

Amanda con la desesperación de quién ya nada posee, acabó por rasgarse lo que le quedaba de ropa y clavó sus rodillas ante aquel titán del Abismo.

-Toma los despojos de mi cuerpo si quieres, ya son carroña; o arrebátame el alma hasta el Infierno de donde vienes, Demonio, que tengan un motivo cierto para quemarme en la hoguera, entonces. Haz conmigo lo que te plazca, que ya no serás el primero, pero dame el gozo que te pido, concédeme Venganza y Justicia más allá de la muerte.- Amanda se derrumbó en el suelo, agotado el aliento y allí quedó abrazándose sobre si misma, temblando de soledad y frío sin esperar siquiera una respuesta.

-No sirvo al Cielo o al Infierno,- retumbó la voz del gigante con majestad.- No soy Angel ni Demonio... Soy Barbatos y no me interesan ni tu cuerpo ni tu alma... Deseo un advenedizo, un aprendiz que sea mi Voluntad, mi Elegido y Guardián en ésta, mi Casa... Por eso quiero.... a tu hijo...- Amanda le miró con extrañeza puesto no había concebido hijos nunca.- Al que llevas dentro... ese que es fruto de esta tarde....- aclaró el Titan; Ella comprendió al instante y se tocó el dolorido vientre en un gesto de repugnancia... débilmente cabeceó una dolorosa afirmación.

-Tuyo es, Criatura, tuyo...- Barbatos esbozó una sonrisa complacida desde su arbóreo sitial.

-Vivirás Amanda, aquí, en mis dominios. Engendrarás a esa criatura y la entregarás bajo mi custodia; a cambio te concederé una Justicia más allá del espacio y del tiempo; y del Juicio de Dios o del Diablo... Ésta es mi Casa... y aquí mi Voluntad es Ley.- La voz desapareció en un susurro de viento que se alejaba despacio



Amanda abrió los ojos... Estaba sola en el claro... Nadie se encontraba ya a su lado. No había rastro del coloso.... el tronco retorcido seguía pareciendo tan sólo un árbol muerto y nada alteraba la quietud malsana de aquel bosque... Quizá en su arrebato lo había imaginado todo...

Entonces escuchó murmullo entre la maleza cercana. Un olisquear apresurado, un apartar de ramas y matojos... De allí surgió una sombra que caminaba a cuatro patas... Cuando pudo reconocer sus formas un terror inhumano se apoderó de ella y el corazón le dio un vuelco. Era un lobo, un lobo descomunal de negro pelaje y ojos de depredador que llegaba al claro atraído, quizá excitado, por el olor de la sangre allí vertida. Pronto hicieron su aparición dos bestias más, de idéntico desmesurado porte, muy cerca del primero. Ella trató desesperadamente de huir de tan sangriento destino sólo para advertir que otro fiero can se encontraba a sus espaldas, subido en la piedra gris del altar y desde allí la miraba con aquellos orbes amarillos como si dentro de su cabeza de asesino acaso anidara inteligencia. La pobre Amanda se cubrió torpemente el rostro cuando los animales estrecharon el círculo y alcanzaron su cuerpo, a la espera de la dentellada que habría de poner fin a su vida...

Pero inexplicablemente aquellas bestias no pretendían devorarla... como dóciles animales de compañía se acercaron cálidamente hasta su cuerpo destrozado y comenzaron a lamerle las heridas... Una voz quebró de nuevo el silencio... una voz que no le pasó inadvertida.

-Vive, Amanda.... y recuerda nuestro trato...





In Ictus Oculi. La Historia.

La Muerte te arrebata en un parpadeo... sin pedir permiso... sin ofrecer alternativa...

Aquellos hombres entraron en la decadente estancia. La oscuridad reinaba tiránica entre sus pasillos y muros, cargados de lamentos y ecos de gemidos, apenas vagamente iluminados por teas de cuando en cuando. Eran tres hombres y una mujer. Ella, joven, de generosas formas y hermosos rasgos hebreos... Ellos, bravos y robustos, dos ataviados para la guerra, el tercero de riguroso negro de botas a cuello, cubierto por una luenga capa del mismo color siniestro... avanzaron hasta encontrarse con el carcelero. Era un hospital mental pero en poco o nada habría de diferenciarse de unas mazmorras cualquiera... la misma oscuridad, la misma pestilencia, el mismo inmundo trato. Aquel hombre sudoroso y obeso les condujo por entre los pasadizos sembrados de dementes, encadenados como reos de patíbulo. Al fin se detuvo en una de las celdas, una de tantas. Rebuscó pacientemente en su pesado manojo de llaves de bronce y abrió los barrotes. En su interior un hombre famélico y dramáticamente envejecido se sentaba en el suelo con las piernas recogidas entre sus brazos y con la mirada perdida en el vacío, al tiempo que movía rítmicamente su torso en un balanceo sincrónico intermitente. Un nauseabundo vapor de orines acumulados abofeteó el rostro de todos los presentes, dando su particular bienvenida a los dos hombres que acompañaron al carcelero al interior de la jaula. Aquél propinó un puntapié al reo antes de hablarle.

-Samuel, levanta; estos nobles caballeros han venido a hacerte unas preguntas.- El agredido emitió un quejido apagado y gesticuló una protesta antes de regresar a su rítmico vaivén.- Ahí le tienen Vuestras Mercedes, es todo suyo.- anunció, y sonándose los mocos sobre su peludo antebrazo, regresó por donde había venido y volvió a su puesto.


El hombre de negro se agachó ante Samuel que no cesaba en su monocorde balanceo, como si nadie más hubiese en su celda.

-Samuel... Samuel...- dijo una voz grave y ajada, de bronco timbre y pausada modulación- Soy Santiago; mi amigo es Bras Argois... queremos ayudarte.- Samuel se mantuvo en silencio en su acompasado cabecear como si fuere sordo. Santiago intentó de nuevo arrancarle una palabra al enajenado individuo pero aquél continuaba enmudeciendo.

-Escucha, Samuel... te... hemos traído algo.- Bras sacó una botella de entre sus ropas y la descorchó de un rápido movimiento bebiendo de ella un largo trago. Luego la pasó a Santiago que también bebió abundante. Al término, éste la extendió hacia el reo.

-¿Quieres vino?- le ofreció mostrando el vidrio ante las narices de Samuel; el olor del caldo se escapó por el cuello del recipiente... Un olor que Samuel casi había olvidado. Aquél no levantó la mirada del suelo, a pesar de todo, aunque en su interior había comenzado una guerra, quizá perdida de antemano.

-Supongo que en este basurero no bebes vino muy amenudo. Es de una buena cosecha...- le animó de nuevo aquel individuo de negro.

Samuel levantó la cabeza pero la regresó rápido de nuevo al suelo; tras un momento de pausa arrebató la botella de la mano enguantada de Santiago y bebió un ansioso trago, obviando que el caldo se despeñara por sus labios y empapase la raída camisola que le servía de vestidura. Luego acurrucó la botella sobre su pecho, protegiéndola con ambas manos como si fuese el Tesoro del Infiel.



-¿Es Vuestra Merced un sacerdote?- preguntó aquel hombre en un hilo de voz sin dejar de balancearse.

-¿Qué decís?

-Dijeron que venían a ayudarme... y a eso sólo un sacerdote puede hacerlo. ¿Son Vuestras Mercedes sacerdotes?- Santiago volvió la mirada a su compañero y aquél le refrendó un cabeceo afirmativo.

-Claro Samuel, soy sacerdote. He venido a escucharte en confesión, hijo. Cuéntanos... Cuéntanos que ocurrió en Pontevedra, en aquel bosque.-

Samuel levantó la mirada en un gesto de horror y la clavó en Santiago. Sus ojos, dilatados como una hembra lasciva, llameaban de demencia, como si sus peores pesadillas se hicieran carne ante sí.

-No, no...no... ¡Guardias!- Bramó enloquecido- No... El bosque no... eso no.- Santiago, alarmado por la reacción trató de calmarlo.

-Vamos, hijo mío. Contarlo te hará bien... Te aseguro que después de hablar con nosotros tu espíritu hallará la paz que anhelas.-

Aquello pareció surtir efecto para tranquilidad de todos y sorpresa de Santiago.

-¿Está seguro, padre?

-Te doy mi palabra.


-Está bien, lo contaré...

Yo... Yo no quería entrar allí, se lo aseguro... Se lo advertí, se lo advertí a todos. Señor, que deste bosque dicen los del lugar que tiene meigas...Que cuentan de un horror muy grande. Una bruja que fue muerta aquí y todavía campa llevándose las almas de los hombres armados que osan quebrar su descanso... pero él no quiso hacerme caso... Historias de viejas, me dijo.... Historias de viejas que pueden matarte.


-¿Quién es Él? ¿Dónde... dónde oísteis tales historias, Samuel?

-En O Santo, el último pueblo, a la linde del bosque, de donde era la bruja. Decían que raptaba a los niños al anochecer y se los comía en rituales obscenos a Belcebú... que era una ramera barata que quiso endemoniar al mismísimo señor del feudo y que sus hombres le trajeron su cabeza cuando ya la creían muerta tiempo ha.

Él era Don Ricardo de Bisoña, sobrino del Barón de Torredelduero, mi señor, a quien escoltábamos hasta Compostela en viaje privado.

-¿Quién más os acompañaba, Samuel? ¿Quién más fue con V.M en aquel camino?

Mi cuñado, Laredo, soldado como yo a las órdenes de Don Ricardo, y el fraile franciscano, Fray Cosme de Santillana, confesor de mi señor. Él se empeñó en que no debíamos retrasar más nuestro viaje, que prefería enfrentarse a leyendas de comadres antes que postergar una jornada más nuestro periplo. Yo se lo advertí, padre, pero él no me hizo caso, no me hizo caso...

-Está bien, Samuel, ¿qué ocurrió en ese bosque?


-Ese bosque era fantasmal, padre...- aseguró desgarrando su voz en un susurro agónico- apenas cruzamos sus lindes nos apercibimos que no había sonido alguno...ni pájaros, ni liebres... ni siquiera se movían las hojas. Nada allí estaba vivo, aunque lo pareciese. Al principio sólo nos envolvía ese silencio abismal, pero pronto un mal augurio se fizo cada vez más evidente; pesaba sobre nosotros, como losa de cementerio... una hostilidad que crecía con el paso del tiempo y que poco a poco apagó comentarios y llenó de resquemor las miradas; aunque don Rodrigo achacase nuestros miedos a la ignorancia de la villanía.

La tarde avanzó con rapidez mientras nosotros no parecíamos llegar a ningún destino... y pronto caería la noche... Nada se me antojaba menos apetecible que hacer noche en un lugar demoníaco como aquél. Incluso don Ricardo quería estar fuera de sus lindes para entonces, pero aquella arboleda silenciosa y enemiga parecía dilatarse por siempre.


-¡Samuel!- gritó enojado Don Ricardo desde su montura- ¿Por qué nos retrasamos tanto? ¿Acaso caminamos en círculos?.

Samuel que tenía buenas dotes de rastreador se volvió hacia la comitiva sin poder encontrar argumentos suficientes que explicaran por qué el camino se alargaba tan asombrosamente.

-No lo sé, Señor... es... cómo...-dudó si anunciarlo conociendo los prontos de Don Ricardo, pero acaso no había respuesta que mejor le convenciera- ... como si las piedras se moviesen y los caminos se borrasen tras nosotros.

Ricardo bufó maldiciendo un sarcasmo.

-Piedras que se mueven, caminos que se borran... ¿Qué pretendes, Samuel? ¿Contagiar a todos tus temores de plebeyo? Vuestra Merced un necio.


Así las cosas, el soldado decidió marcar el camino, para asegurarse que no había de darle la razón a su señor y tanto postergar el tránsito no fuese por sus malas artes o por tener más la cabeza en las historias que le habían asegurado de aquellos bosques que en las marcas en el suelo... sin embargo, pasaron horas interminables a caballo, suficientes para haber cruzado media comarca de aquellas tierras pontevedresas. La noche se hizo inminente y acabaron para su desaliento regresando al punto de partida.

-¿Qué ocurre, Samuel?- el ofuscamiento y la agresividad de Don Ricardo habían ido in crescendo a medida que se aproximaba la noche. El rastreador se volvió estupefacto hacia sus cansados acompañantes y balbuceó una respuesta que nadie esperaba escuchar.

-¡¡¿Qué significa que este bosque nos engaña?!!- bramó colérico el noble señor.- Voy a molerte a palos cuando lleguemos a Compostela... Mas os vale iros haciendo al ánimo, Samuel. ¿No habíais marcado los árboles, por Cristo?

-¡Y lo hice, Señor, lo juro por mi vida!- explicaba alarmado mientras de dirigía al tronco retorcido de uno de ellos.- Hice marcas tan severas sobre éste que de haber sido un hombre ahora estaría muerto...


-¿Os alcanzó la noche, Samuel?- preguntó Santiago, rescatando del viaje onírico a aquella sombra de hombre, antaño veterano soldado. Antes de continuar, Samuel bebió un trago considerable de vino y se limpió con su manga.

-Si, ¡Válgame el Cielo! que nos atrapó la noche, y Dios sabe que era lo último que yo pretendía. La mudez del bosque durante el día se transformaba en un espectral calvario de sonidos durante la noche. Los lobos aullaban con un lastímero canto, como si entonaran un miserere en una misa de difuntos. Las lechuzas ululaban con voces humanas, susurrando maldiciones a los oídos capaces de comprenderlas y el viento hacía silbar un endemoniado susurro al pasar por entre los árboles, cuyas siluetas retorcidas les hacían parecer cadáveres alzados de sus tumbas. Quien estuviera acostumbrado a escuchar el sonido de un bosque en la madrugada me entendería sin dilación... aquel lugar no era sano.

Preparamos el campamento... El señor con sus señorías y el fraile con sus frailías; como era de esperar, Laredo y yo descargamos las jacas, preparamos el hogar y dispensamos todo lo necesario para hacer la noche. Andaba yo, en esto, buscando algo de leña para el fuego cuando mis ojos se encontraron con una escena peculiar... Juro por el Altísimo que lo vi con estos ojos que tantos otros horrores contemplaron luego... los vi como ahora veo a Vs. Ms.... Que hoy pueden decir que perdí el juicio, que pocos lo conservarían sano después del calvario que soportaron mis huesos... pero entonces era lozano y cabal como cualquiera otro.

Ante mí, en una aclarada del bosque próxima a Nos, otros había levantado allí sus tiendas. Era una partida de hombres, soldados, que comían y bebían vino en un relajado ambiente. Me regresé raudo a dar noticia a mi Señor.-


-Don Ricardo, Don Ricardo, Señor. Tenemos compaña. Son hombres, acampan apenas a un centenar de pasos de aquí. Tienen el escudo de armas del Señor de estas tierras.

Don Ricardo se incorporó con prestancia y dirigiéndose al interior de su tienda se regresó ajustándose guantes y cerrando la fíbula de su costosa capa ribeteada de pieles.

-Bien, quizá podamos sacar algo en claro después de todo. Llevadme hasta ellos, Samuel; quizá nos puedan indicar cuál es el camino más corto para cruzar este infierno y así compensar las torpezas de mis criados.

Laredo aprestó sus armas, dispuesto a escoltar a su señor, ante lo cual, Fray Cosme, temiendo quedar sólo en aquel lugar fantasmagórico se apresuró a cubrirse los hombros y seguir al aguerrido noble que ya había emprendido camino.


El escolta se apresuró a acompañar al resto de los hombres hasta el claro donde había visto a los soldados pero para sorpresa y mayor desgracia de Samuel aquellos ya no estaban... sencillamente, habían desaparecido; De hecho no había el menor rastro de ellos... ni de su paso por aquel lugar... apenas había señales de las hogueras o marcas en el terreno. No sólo resultaba de todo punto imposible desmontar con tanta prestancia un campamento; es que el suelo advertía que ni las bestias habían pasado por allí en semanas...

-¿Qué clase de chanza absurda es ésta, Samuel?- En los ojos de don Rodrigo ardía la cólera y aquel rudo noble tenía fama de gastarlas con sangre. -¿Pretendéis mofaros de mí, bellaco?.

Samuel estaba lívido, sin embargo, temía más aquella mala jugada del bosque que las amenazas de su señor, lo cual ya era decir bastante. Aquél regresó malhumorado por donde había venido en compañía de cura, quien no se apartaba de su trasero ni para aquellos menesteres que deben hacerse en solitario.

Samuel quedó sólo en aquel claro vacío en compañía de Laredo. Miraba en todas direcciones, buscando el rastro, el motivo que explicara aquel sinsentido, sin dejarse creer que sólo había estado en su cabeza.

-Estaban aquí, lo juro....-Laredo le puso una mano en el hombro y le lanzó una mirada comprensiva.

-Necesitáis dormir, cuñado... mañana todo irá mejor.


-¡Oh! pero no fue mejor, Padre, no... no lo fue...- Samuel acabó ahogando en un prolongado suspiro aquella frase. A los ojos de aquellos hombres que esperaban encontrar los delirios propios de un trastornado, Samuel, poco a poco, conforme avanzaba su narración, parecía cobrar más entereza y explicarse con mayor fortuna que un cuerdo.

-Continuad, Samuel. - animó entonces Santiago. Los ojos de ambos se encontraron, y en ambos se ocultaron secretos... El viejo soldado prosiguió. -La mañana retornó a la mortecina mudez del bosque. Casi lo agradecí después de una horrorosa noche cargada de espectrales sonidos donde no pude pegar ojo.

Apenas habían pasado unas horas cuando descubrimos que nos faltaban útiles y dinero. Aquello avivó las iras de nuestro señor, empeñado en que de nada le servíamos si nuestras vigías nocturnas no privaban a los malhechores de afanarles la bolsa; a no ser, claro estaba, que le hubiésemos robado nosotros mismos aprovechando lo de las fábulas del bosque, con lo cual el agravio era máximo. Así que como era acostumbrado hubimos de pechar los de siempre con las culpas.


De pronto Samuel quedó en silencio con los ojos muy abiertos y el rostro en una mueca que delataba tensión, como si ante su mirada, en lugar de barrotes mohosos y suciedad se alzaran los demonios de su cabeza... Santiago enseguida se apercibió del negocio y torció su mirada hacia todos los ángulos sin encontrar nada extraño; supo presto que el tormento sólo habitaba en la cabeza de Samuel y, con ello, regresó la mirada hacia su compañero, en pie, junto a la entrada, quien con un gesto le exhortó a continuar el diálogo con el perturbado.

-¿Qué ocurre, Samuel? ¿Qué ves? ¿Qué visteis?- Samuel dejó de balancearse tornando sus pupilas apagadas hacia el rostro barbado de Santiago y le sostuvo una mirada larga, serena, con un destello insano alojado en su fondo.

-Había alguien más con nosotros en aquel bosque... se lo aseguro. Y aquella mañana nos encontramos con ella.

-¿Ella?

-Oh, sí... la Criatura... Ella acabó por acelerar nuestras desgracias.... si es que no andábamos ya sobrados de males...

-¿De qué criatura habláis, Samuel?- apremió Santiago a su interlocutor que había vuelto a su gimoteante actitud y a los cíclicos vaivenes de su cabeza...


-Los ánimos estaban crispados, padre. Demasiado tiempo en aquel condenado lugar, demasiado tiempo para conservar templada la mano; Así, el resto del viaje lo hicimos armas desnudas, atentos a cualquier indicio extraño en el bosque.

De pronto, apercibimos movimientos en las cercanías; el primer indicio de vida que aquel bosque moribundo nos daba en dos jornadas. No sabía si estallar de júbilo o morirme de miedo allí mismo. Con las armas despiertas tratamos de movernos discretos por entre el ramaje, para no alertar a quienes estuvieran más allá de la fronda, pues para entonces distinguíamos con claridad unos sonidos... como una conversación ininteligible entre dos personas.

Me adelanté en silencio hacia el lugar de donde provenía aquel sonido, aparté unas ramas... y entonces le vi.

-¿Qué viste, Samuel?

-Le ví.... Oh Cielos, le vi, le ví.... como ahora le veo a vos...Un engendro, padre... un demonio que no podía ser de este mundo; una abominación infernal que me heló la sangre en las venas.



-¡Samuel! ¡¡Samuel!!, Por el Crucificado ¿qué ocurre?- bramó don Ricardo desde su montura, a pocos metros de lugar, pero Samuel era una estatua de sal... Aquella cosa ante él tenía la estatura aproximada de un hombre, podía incluso haber pasado un hombre si las deformidades de su tronco no hicieran aquella afirmación un tanto exagerada... Poseía dos pierna, dos piernas arqueadas y huesudas... también dos brazos; dos brazos largos de manos callosas y luengos dedos... pero sobre sus hombros, coronando aquel pecho hundido y aquella espalda quebrada, asomaban dos cabezas...

Eran cabezas de hombre de facciones alteradas; mandíbula truncada, una frente exagerada y cabello escaso, ralo, pegado a las sienes, que enmarcaba unos ojos de pronunciado color y rasgado trazo... Dos cabezas que simulaban hablar y se movían por separado y que miraban a aquel guerrero inmóvil y tembloroso, blanco de color como si ya le hubiese tocado la muerte, con la misma incredulidad y asombro como aquella monstruosidad le contemplaba a él.

-¡¡Por el Altísimo!!- a lomos de su caballo Don Ricardo gozaba de mejor posición. Cuando contempló aquella aberración, sólo tuvo un pensamiento.

Don Ricardo tenía refutada fama de buen cazador, como la tiene todo noble que se precie en estos tiempos de serlo; y de un hábil movimiento prendió su ballesta cargada y disparó contra el monstruo acertándole de pleno. Ambas cabezas emitieron un alarido penetrante antes de retorcerse por entre los matorrales y escabullirse entre ellos como un ciervo herido.

-¿Qué demonios era esa cosa, ¡por Cristo!?

Al pronto llegaba el otro soldado y el fraile, tras él ocupado en presignarse.

Samuel notó el barullo a su alrededor, pronto su cuñado Laredo estuvo ante él y el resto de los integrantes de la comitiva alcanzaron su posición preguntándose qué había sido aquello que habían creído ver.

-¿Le he dado?- preguntó don Ricardo al tiempo que volvía a montar su ballesta en el caso que se hiciere necesario usarla por segunda vez.

-Seguro, Señor, aquí hay rastro de sangre.- advertía el segundo de sus hombres. Samuel tardó mucho tiempo en recuperar el habla.

-¡¡Busquémosla!!- apremió el caballero aunque se encontró con la estupefacción de sus hombres- Busquemos a esa bestia. No dejaré que una pieza semejante se la cobre algún vulgar leñador de esos inhóspitos lares. Va herida, no debe andar lejos. La mandaré curtir y secar cuando lleguemos a Compostela... si es que llegamos antes de Pascua.


-Aquella cosa no era hostil...- aseguraba tembloroso y lívido Samuel, cuando se lo confesaba a sus interrogadores en aquella pestilente celda donde ahora se confinaba.- parece una locura, padre, pero pude verlo en sus ojos... Aquel ser no quería procurarme males ni daños... y nosotros le herimos... Nosotros fuimos a cazarlo... A partir de entonces todo fue a peor.


-¿A peor, Samuel? ¿Qué quiere decir Vuestra Merced?

-A peor, padre... Don Ricardo quería asegurarse que se cobraría aquél trofeo fuese animal o monstruo. Nos hizo seguir las marcas de sangre dejadas en el terreno... pero pronto íbamos a sufrir extraños incidentes para los que la razón humana no alcanza. Primero fue el caballo de Don Ricardo... se quebró una pata de mala manera y hubo de ser sacrificado y eso que aquél bruto era corcel de buena monta, aguerrido y bizarro, acostumbrado al trote sobre pedregal... luego, el resto de los animales empezaron por desobedecer las órdenes. No frenaban al tiro ni arrancaban al azogue... si decías de dar bridas a la diestra, quellos torcían a siniestra; y a la contraria.


Tampoco salimos del bosque en aquella jornada y menos hallamos de nuevo a la criatura, pero el día volvió a echarse encima. Cuando decidimos acampar por segunda vez descubrimos cómo nuestras provisiones se habían echado a perder... cómo si llevásemos deambulando por aquellos sombríos lares varias semanas, que a aquellas alturas, para mí, como si lo hubiésemos hecho. Fíjese, padre, que es cosa de asombro pues las más de nuestras viandas eran tripas, tocinos en sal, también pescado seco y algo de pan de bizcocho para mojar. Emanaban pestilencias como los de un cadáver al sol, aún con sus adobos y sales... Las carnes tenían larvas que la habían deshecho por dentro, también el pescado y los tocinos; y el vino se había vuelto vinagre en sólo unas horas. Tan desagradable era aquello que incluso mi cuñado y yo, que ha tiempo nos habíamos dedicado a las faenas de la mar, no hacíamos ascos a algún que otro gusano en el bizcocho; pero aquello otro apenas si lo pudimos mirar siquiera.

La hostilidad de aquel bosque se acrecentó como las fiebres de la Peste, padre... y a partir de entonces no tuvo reparos en mostrarnos abiertamente su verdadera naturaleza....

No obstante, yo había permanecido conmovido desde mi encuentro con aquella criatura, ausente del mundo que me rodeaba, ignorante de las bravatas y amenazas de mi señor, colérico por el agravamiento de la situación, como si algo en mi interior me advirtiese que habíamos cometido pecado mortal. Ya nada me importaba; desde que don Ricardo hiriese a aquella deformidad bicéfala supe que jamás saldríamos de aquel bosque con vida.

Aquella noche conocí la suerte de aquellos soldados que viere la madrugada interior... y aquello certificó mis pesares más oscuros... Aquella noche tampoco pude dormir...


-Señor.... señor... Despierte... por piedad, despierte... Tenemos compaña. Los soldados, están aquí.

Don Ricardo remoloneó ante la insistencia de su criado... pero aquel tono trémulo, aquel susurro ahogado de miedos le hizo al fin incorporarse... y su creciente ira se desvaneció como las brumas de la mañana con un golpe de sol cálido... Tal y como aseguraba su siervo estaban rodeados por una cuadrilla de soldados, quizá eran una docena, tal vez incluso dos... el noble se atusó los ojos porque no podía creer lo que aparecía ante ellos. Había figuras allí, cierto, pero no eran el tipo de hombres que esperaba ver... sus cuerpos estaban ajados, sus ropas gastadas y enjironadas como de siglos de uso... sus cuerpos eran traslúcidos y a su través podían divisarse las siluetas de aquel bosque cuyos gemidos se hacían ahora más audibles y espeluznantes que nunca, minando los ánimos. Nos miraban quietos, solemnes, con la misma languidez y paciencia de quienes ya no son de este mundo, y para quienes el tiempo o el espacio no son más que viejos anclajes de una vida remota que ya nada perturban su existencia y ya nada significan... A algunos les faltaban brazos o piernas y descubrían sus muñones ante los estupefactos espectadores que los miraban... otros no tenían ojos, sólo cuencas vacías, oscuras, sin fondo...Sus faces, cadavéricas, dejaban a la vista huesos y dientes en donde un humano sólo tendría carne.

-¡Por la Virgen Santísima!- Fray Cosme agarraba el crucifijo ante sí, como si la imagen del martirio de nuestro señor fuese palio con el que protegernos ante aquellas ánimas vueltas a la vida- ¡¡Atrás aparecidos!! Volved a vuestro lecho... Por orden de Jesucristo Nuestro Salvador, Regresad al purgatorio de donde habéis salido.

-Poco a poco todos cobramos compostura y cuando estuvimos sobre nuestras piernas, al unísono, con la misma solemnidad que sólo quienes regresan del Abismos poseen, aquella hueste fantasmal alzó sus brazos y muñones señalando una dirección en el bosque. Encomendándonos a cuantos santos o mártires recordábamos nos apresuramos a abandonar aquel lugar en la dirección que aquellas ánimas en penas nos indicaban, protegidos por los símbolos del fraile y olvidando en nuestra apresurada huida los caballos.

Presos de un pánico inhumano avanzamos a ciegas por entre los despojos de aquel bosque sintiendo un torcer de ramas y reverberar de pasos junto a nosotros, como si una legión de criaturas nos escoltase en derredor, fuera de nuestra vista. Los gemidos en la noche se acrecentaban alimentándose de nuestro miedo, como los buitres de la carroña... Así, después de tiempo que no recuerdo, quizá apenas instantes que se hicieron eternos, alcanzamos un nuevo claro del bosque abierto entre la espesa bruma.

Estaba iluminado por el resplandor de una luna inexistente... Alumbraba un altar de piedra a los pies de un viejo tronco de árbol de dimensiones exageradas y retorcidos brotes que se elevaba tres o cuatro metros sobre nosotros.

El altar estaba cubierto de musgos y otras trepadoras, y al ser desnudado de aquella vestimenta vegetal dejó ver sus labras y ornatos, símbolos paganos; incluso heréticos, me atrevería a decir, con sátiros flautistas y doncellas desnudas por doquier.


-¡¡Brujería, brujería!!- clamaba don Ricardo preso de la misma histeria que nos consumía a todos y que apenas si encontraba lugar por donde liberarse. De esta forma trató de descargar su furia acumulada contra aquel tocón muerto. Le golpeó con su espada hasta hacerle saltar astillas con todo el odio que puede caber en un hombre... pero se detuvo en seco al comprobar que de las heridas de aquél tronco muerto, empañando su cara y sus ropas, como si de un hombre al que hubiere zajado con la espada se tratase, comenzó a manar sangre.... sangre que fluía de cada hendidura, de cada puya abierta en su tronco...

No tuvimos tiempo de sorprendernos esta vez; apenas el insano arranque de violencia de nuestro señor cesó, escuchamos un sonido que nos heló la sangre... era un galope al través del bosque, un galope pesado y poderoso que crecía de intensidad conforme se aproximaba, en una dirección imposible de adivinar con certezas. Era como si fuese un corcel de varios quintales de peso que en su carrera arrastraba todo cuanto se ponía a su paso.

En ese momento mis piernas decidieron pensar por sí mismas y corrí en desbandada dejando allí mismo todo cuanto aminorase mi marcha, lo que incluía mis armas y el resto de mis compañeros. Fue una actuación cobarde, pero no me excuso de ella, más valía decir aquello de aquí corrí en lugar de aquí caí. Sentí, no obstante, como otros secundaron mi desesperada huida; que si yo, soldado ya con años a la espalda, tiraba por piernas, ¿qué no haría aquel gentilhombre bisoño y biencomido; por no hablar del cura ramplón? No iba a esperar heroísmos por parte de aquellos hombres de burgo y buena mesa ... Solo el pobre Laredo quedó allí, como una estatua pagana, empuñando su espada con ambas manos, clavado en el sitio y con los ojos desorbitados por el pánico... pues no otra cosa sino el terror podía haberle anclado las piernas al suelo... que Laredo tampoco era lo que yo llamarían un Campeador... y aquello tornó su suerte.


Apenas momentos después mientras mis piernas se esforzaban al máximo y en mi visión sólo encontraba estelas grises de un bosque maldito que discurría ante mí a toda velocidad, pude escuchar sus gritos agónicos, alaridos terribles como los de un reo condenado a la rueda a quien despedazan en vida. Aquellos gritos se me clavaron en el ánima como una saeta infiel, pero también le dieron aún mas potencia a mis piernas que volaron a través de la espesura como si gozaran de alas...


-¿Qué ocurrió después, Samuel, contad?- el hombre volvió a apurar la botella de vino. Esta vez no dejó una gota.

-Me detuve exhausto en una nueva aclarada del bosque... Allí, aprovechando el hueco entre dos árboles torcidos alguien había levantado una tosca choza con ramaje seco de la cual ardía lumbre en su interior. Había un silencio incómodo en el ambiente... también un olor extraño... Don Ricardo y Fray Cosme alcanzaron la explanada sólo para ser testigos de una última experiencia.

Ante la cabaña se dibujó una figura espectral... era el cuerpo de una mujer, sin duda, y bien digo, sólo el cuerpo pues faltábale la cabeza; y como si no la necesitase para vernos levantó una de sus manos y señaló al fraile con ella.


El cura levantó su cruz y lanzó un anatema contra la aparición conminándola a alejarse de un siervo de Dios. Entonces escuchamos un silbido espeluznante que crecía sin que pudiéremos saber su lugar de procedencia. La cruz del sacerdote se partió y tras ella rodó al suelo la cabeza del infortunado, cuyo cuerpo se despeñó como un leño abatido por el hacha. Don Ricardo pareció sucumbir al delirio y corrió hacia el fantasma espada en mano asegurando que lo devolvería a la tumba... pero apenas si avanzó unos trancos. Su abdomen estalló como si contra él hubiese impactado una invisible bala de bombarda diseminando su paquete sobre el bosque... pero aún quedó en pie, sosteniéndose por inercia, mirando el agujero abierto en sus entrañas.

El fantasma llegó hasta él y tocó su rostro con el frío tacto de la muerte... Entonces el cuerpo de mi señor comenzó a convulsionarse entre alaridos que no podían salir de una garganta humana... ante mí, la piel de don Ricardo se deshizo en tiras y su carne comenzó a desprenderse de sus huesos acompañada de inhumanos alaridos.


No pude quedarme a contemplar tan cruento espectáculo, corrí, corrí como alma seguida de demonio hasta desfallecer...



No soy quien digo ser. Epílogo.


Samuel temblaba como un niño asustado. Sudaba como tras un innombrable esfuerzo y balbuceaba una oración de protección en su ayuda.

-Ignoro cuando me llegó esa hora, cuando perdí la consciencia.... La tibieza de la mañana me despertó en el lecho de un río... fuera del bosque... Dos cabreros habían descubierto mi cuerpo gimiente... Ante mis delirios fui internado aquí... de eso hace ya años que no recuerdo.- Samuel se volvió entonces hacia Santiago. -Me aseguró, Padre, que le devolvería sosiego a mi espíritu.

El hombre de negro inspiró profundamente antes de contestarle.

-Prometí liberar tu alma de tormentos y cumpliré mi promesa, hijo.- Santiago echó su capa hacia atrás dejando ver a un lado de su pecho una insignia bordada en hilos carmesíes... era un aspa de extremos quebrados... el símbolo de la Vera Lucis; los cazadores de brujos. Santiago dibujó la señal de la Santa Cruz con su diestra...


-Ego te absolvo, Samuel.- El reo pudo ver cómo Santiago había perdido su mano izquierda. En su lugar, el miembro amputado había sido reemplazado por un apéndice metálico que acababa en una gruesa hoja de daga. Apenas sin tiempo para la reacción, aquel hombre tullido, vestido de negro, barbado de rostro, clavó su filo en la garganta de Samuel que emitió un ahogado quejido... Aquel casi lo agradeció... al fin, su espíritu descansaba.

Santiago limpió la sangre entre las telas de su capa, ocultó su mano asesina de nuevo bajo aquel oscuro manto y lanzó una mirada apremiante a su compañero. En los pasillos la mujer negociaba con el carcelero ofreciéndole una suculenta bolsa de plata que aquel recogía encogiéndose de hombros. Luego salieron de aquel antro.

El grupo agradeció la calidez del sol del exterior y respiró aliviado de poder abandonar aquel insano lugar.

-Navarro, Juana...- anunció Bras a sus hombres.- Reunid al resto, la información era cierta; Partimos de inmediato para Galicia... Viajamos a O Santo

Tenemos una misión que cumplir.


2 comentarios:

Unknown dijo...

Disculpad los cambios de tamaño en la letra y otros inconvenientes, en ocasiones Blogger es impredecible.

pokenomon dijo...

interesante que por fin te des a conocer...
Quiza algo largo para lleerlo en el blog, pero me alegro de que te animes