lunes, 10 de noviembre de 2008

ÁLBUM DE ESPEJOS. Ángela ‘Merighi’, La Mujer de Blanco.



“Me quedo aquí, a cualquier precio, no quiero saber qué será/ irse sin espacio en blanco para la vuelta.”

(“Sister of Nigth, assure me (en descenso a la Ciudad Prohibida)”, Del Epílogo y sus Muertes, Ángela Jiménez)



Se llama Ángela, Ángela Jiménez. Esta vez nació en Córdoba no hace mucho tiempo y pasará a la historia, estoy seguro de ello, por ser posiblemente la poeta más rotunda que haya dado esta tierra en mucho tiempo. Resulta una mujer altamente sorprendente y no lo es, aunque tiene lo suyo, por contar sus zapatos por cientos.

Cuando la re-conocí, yo tendría aproximadamente su edad y ella apenas era una chiquilla. Fue en la Facultad de Filosofía y Letras donde yo estudiaba Historia y ella Filología Hispánica. Por aquel entonces, nada podía hacerme pensar que tras ese aspecto de niña que se resiste a crecer se escondía una mujer fascinante, llena de pliegues y fisuras, con una voz poética tan personal y sangrante como la suya. El destino, implacable con esta suerte de cosas me reservaba un hueco, de nuevo, para ella en mi vida.

Lo cierto es que no puedo confesar todo lo que me une a este pequeño milagro sin arriesgarme a ser señalado y tenido por loco, así que desistiré de antemano y dejaré que los valientes que quieran cruzar el umbral del espejo, lo hagan por mí y se atengan a las consecuencias.

Cuando me decidí a abrir mi álbum de espejos, ella era, sin lugar a dudas, quizá esa candidata imposible de obviar, por muchas razones. Sin embargo hasta hoy no he encontrado, ya no motivos, sino impulso para hacerlo.

La necesidad ha venido después de leer su última dedicatoria. Hace una semana Ángela leía algunos poemas en el ciclo Versos del Sol que actualmente se desarrolla en esta ciudad poética casi por definición. En una pequeña plaquette titulada Sobreviva, regresa con versos de su primer libro de poemas, Arde Abril (los Catorce Ochomiles, Córdoba 2007); verdadero alumbramiento al mundo de su voz gigante que llega para quedarse, y avanza algunos que compondrán su nuevo trabajo, Del Epílogo y sus Muertes, del que hasta hace una semana era de los escasos privilegiados en conocer. Firmó muchos ejemplares allí y claro está que yo quise formar parte de aquel selecto club. En un gesto que la honra me dijo que prefería escribir esa dedicatoria con mayor tiempo y relax de que en aquel momento tenía, asunto que tomé como un regalo.


Hoy he recibido esas palabras que sin duda la sobrevivirán, por mucho que ella tema lo contrario y son el empujón que necesitaba para escribir lo que ahora escribo.

Lo son porque esta singular dama de briosa pluma, de grietas insondables y solidez que abruma sólo habita entre sus letras. Yo casi la veo a diario, tengo la enorme fortuna de saber que después de catorce horas ininterrumpidas de conversación, aún nos dejamos cosas por contar… y sin embargo, (quizá por eso) sé que nada la revela con mayor autenticidad que sus líneas escritas. Nótese que no hablo siquiera de sus versos, incluso ellos tamizan la verdad. Algo tan sencillo y simple como una dedicatoria me la trae de vuelta, me hace reconocer todos los rostros de su espejo, encontrar en su fondo último aquella que he venido conociendo desde hace vidas, en todo tiempo y lugar… y sigue siendo fascinante la experiencia.

De su extensa dedicatoria nada desvelaré salvo una frase: “eres testigo y parte de cada verso.” Menudo regalo!

Ser testigo… Sé que habrá un día, ella lo duda, yo lo sé desde hace tiempo, que alguien la descubrirá en esos versos que sobrevivirán a la memoria, como un tesoro hundido. Alguien destapará su verso cuando todo lo que nos rodea sea ceniza y descubrirá una mujer desgarrada, tan apasionante que no cabe en unas líneas. Irá a buscarla a través del tiempo, desenterrará estos días que hoy nos parecen todo lo que existe, descubrirá que antes de todas las loas, que antes de todos los aplausos, que antes de todos los futuros aún no escritos estuvo el mío y seré el hombre más envidiado por ello. Cuando sepa de nuestras charlas eternas, de nuestros cafés interminables llenos de secretos, de nuestras idas y venidas por el infierno, deseará haber estado en mi pellejo y yo reiré feliz desde la tumba.

Ser parte… Eso, eso ni siquiera lo merezco. Pero si es cierto, que no lo dudo, si alguna palabra mía, si algún momento que compartimos, si mi presencia que ella asegura está siempre (y siempre estuvo) le inspira una línea, le hace tener la fuerza para escribir aunque sus versos no me dibujen (que no necesitan hacerlo) me doy más que por pagado y satisfecho. Algo de mi se quedará para siempre en sus heridas suicidas.

Nadie que en ella busque la rima fácil, el beso empalagoso, el adulterio de los versos hallará en ella nada, y mejor así; pero quienes busquen versos malheridos, entrañas a flor de piel, rotundas caídas a plomo en el vacío… quienes busquen poesía desde las profundidades del abismo, esos, esos ya no serán capaces de leer nada más después de encontrarla. Mi suerte, ya que el destino pocas más me ha ofrecido, ha sido estar tan cerca del milagro.

Y sólo entonces yo podré decir como ella que:

El sueño de Caravaggio pinta claroscuros sobre la arena…

El de Angela Merighi vuelve a sangrar hoy entre mis sábanas.


El Arkano guarda los secretos y el Diablo los desvela.